“Llámame por tu Nombre” (André Aciman)

Estas últimas semanas he empezado con la lectura del libro Llámame por tu nombre, de André Aciman.
Puedo asegurar que cada vez que empiezo a leer me transporta a la Italia del Norte de la década de los ochenta, a las pequeñas ciudades costeras de donde esta basada la novela.
Llámame por tu Nombre es la historia de un repentino y poderoso romance que crece entre un adolescente, Elio, y un estudiante estadounidense. La historia de una atracción que florece vertiginosamente durante las semanas del verano, y que desentierra los miedos, deseos y pasiones de Elio. Es un libro lleno de diálogos inteligentes que reflejan los pensamientos de una mente adolescente e insegura, y que captura la pasión humana de una manera inolvidable y atrevida.
Personalmente, lo recomiendo a todos aquellos lectores más jóvenes que disfrutan con buenas novelas de romance adolescente.

La mente del joven desorientado

Cientos de voces penetran mi mente, es un calvario, algo incontrolable, realmente, es una agonía. Mi cabeza es mi propio reino, hay momentos donde mi mente se hunde en recuerdos lejanos, preciosos y, lamentablemente también horribles. A veces pienso en cómo me irá en futuro lejano, pequeñas pinceladas de lo que puede ser mi vida.

Esos momentos a los que se les denomina tener la mente en blanco, yo los llamo viajar a la mente, esa sensación de perder la noción del tiempo, de dar rienda suelta a tu imaginación. Ha habido ocasiones en las que las lágrimas se han resbalado de mis ojos, todo por profundizar en mis pensamientos más tristes, hay momentos donde olvido lo sucedido y tengo que retroceder para refrescar mi memoria. Mi mente es mi psicólogo personal, y a la vez, mi mayor enemigo, me hace reflexionar y darme cuenta de las cosas, torturándome con mis debilidades y miedos más profundos, los cuales me llenan de prejuicios. Estos me han cambiado como persona, me han debilitado y han creado una mala imagen de mí mismo. Mi autoestima en segundos ha decaído por simplemente eso: pensamientos!

Algo que realmente me apasiona de mi mente es la capacidad de poder crear mundos en mi cabeza, repletos de personajes ficticios, o reales, mundos llenos de fantasía, guerras, seres que provienen de mi imaginación, donde todo está explicado y creado a mi manera. Si divago y cierro los ojos me transporto a esos lugares y me siento feliz. Ahí todos son como me gustaría, con mis propias reglas. Aun así, no puedo esperar a que se haga realidad, sé que todo eso es irreal. No hay esperanza de que se cumpla.

Memorias del recuerdo

En el mismo instante en que aquel trago de leche mezclado con el sabor a pastel tocó mi paladar, el recuerdo se hizo presente. Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi abuela me daba los domingos por la mañana. Tan rápido como distinguí el sabor de aquella magdalena, apareció la casa color ocre, y con la casa la ciudad, la plaza, las calles y el edificio en que pasaba tantos días con ella. La puerta del edificio se abría y con solo dar un paso el aroma de la cocina de la abuela se sentía e inundaba mi nariz. Ella me decía siempre que hay que cocinar lento, muy lento y a fuego lento para poder disfrutar de la cocina y de sus aromas. La paciencia es la que despierta los sabores, decía ella entre sonrisas.

El olor de la infancia se introdujo en mi nariz y me produjo una sonrisa que no había tenido desde que la abuela no estaba conmigo, sus besos eran dulces, tan dulces que olían a chocolate. Ella era única, cocinaba en la cocina platos deliciosos, pero fuera de la cocina cocinaba mi felicidad y la sigue cocinando cada vez que algún dulce aroma recorre mi cocina y crea en mi mente un recuerdo con ella.

Aquellos sabores, que forman parte de nuestra vida, despiertan nuestros sentidos y hacen disparar aquellos recuerdos y sensaciones que son únicos.

Para mí hay un sabor que por encima de todos es el que más me gusta, lo que me transporta a mi infancia, aquella época donde todo era perfecto: el sabor a chocolate que tomaba en la cocina.

Sentimientos nocturnos

Noche. Oscuridad. Me voy a dormir obligada por mis padres. Todos tienen sueño pero ese no es mi caso, es ahí  cuando todo empieza. Comienzo a dar vueltas en la cama o simplemente miro la oscuridad de la habitación. En ese momento lo único que hay conmigo son mis pensamientos, mis más profundos e íntimos pensamientos.

Pero hay un sentimiento que resuena más que los demás. Un sentimiento tan profundo que a veces rasguña mis entrañas tan fuerte como si las mismas zarpas de un animal lo hicieran. Un sentimiento que hace que me retuerza. Es como bailar solo cuando las parejas bailan a tu alrededor. Te sientes fuera de lugar. Te sientes sola. Un sentimiento de soledad casi tan grande como el universo. Es como vagar por las estrellas sin un punto fijo al que llegar.

Cuando por fin caigo rendida ante el cansancio me invade una sensación que parece ayudar a alejarme de esa soledad, o al menos por unas horas. Al levantarme todo son distracciones para no pensar en aquello que me atormenta, o, al menos, no hasta que la noche vuelva a caer y la luna vuelva a iluminar el océano al que llamamos cielo.

Repetimos año: 10 de mayo

Día 10 de mayo y la fiesta se vuelve a repetir. Año 2019, mis nervios vuelven, la felicidades y la excitación de quedar con mis amigos, de ver esos fuegos artificiales que parecen estrellas, de tener la sensación de ser libre por un momento y de pensar que hay que vivir la vida al límite. Allí estoy yo, en la playa, sintiendo la arena rugosa y suave a la vez, las piedrecitas que se me meten por el zapato y el calcetín y lo incómoda que me hace sentir, ¡ Buf, que rabia! Me quito el zapato y consigo quitarme la maldita arena, consigo tener la sensación de satisfacción, ahora me siento mucho más cómoda. Mi amiga y yo vamos a la heladería “jijonenca”  a comprarnos un helado de chocolate. Noto el frío entres mis dientes y dejo de sentir la boca por un momento pero el chocolate está tan bueno, tan dulce y tan suave que dejo que el frío me invada la boca solo por el magnífico sabor del chocolate. Empieza ya la fiesta, empiezan los petardos de colores rojo, naranja, azul…Dentro tengo la sensación de que me voy a quemar, alguna chispa va caer en mi brazo o pie y llega el momento, ¡boom! Queman el demonio mientras todos están aplaudiendo y sonriendo. Acaba la fiesta y llega el momento de coger el bus e irme a casa, lo peor es coger el bus de noche…paso muchísimo miedo, por las personas, la oscuridad…pero después de haberlo pasado bien toca llegar a casa.

Rutina Amor – Odio

Mi madre entra abriendo la puerta de golpe y me despierta diez minutos antes de que suene la alarma, me cabrea mucho que haga eso, me quita minutos de sueño que necesito porque siempre me acuesto tarde. Cierro los ojos de nuevo y espero a que suene la alarma. Con sueño y frío la apago y espero unos minutos con los ojos cerrados. Si hay suerte, no me duermo. Salgo del cuarto y estoy sola, mis padres y mi hermano se han ido a trabajar. Cojo una taza, le echo la leche y cojo los chococrispis. Me lo tomo con calma vaya bien o mal de tiempo. El desayuno es sagrado. Con sueño e intentando recordar lo que he soñado me aseo y después pongo música en el móvil: puedo ponerla alta, no hay nadie en casa.

Vuelvo a mi cuarto a ver que me pongo, cojo unos tejanos y cualquier camiseta o sudadera. Lo llevo todo al cuarto de mis padres para mirarme en el gran espejo de su armario. Entonces mientras me visto me fijo en Darwin, mi gato, que me está mirando porque lleva toda la mañana persiguiéndome para que le dé besitos y caricias. Después de la dosis de amor en vena cojo la mochila, apago las luces de toda la casa, me echo colonia, cacao en los labios y salgo por la puerta. Bajo las escaleras corriendo y abajo me espera Tania, me alegro mucho de verla, me recuerda en que tengo sueño pero al menos voy a estar todo el día con mis amigos. Ya, luego en clase me alegro de haberme levantado y pienso “Que empiece el día”.

Tu último beso

Nada. No sentía nada, estaba completamente bloqueada, no reaccionaba, no sentía, no pensaba. Algo en mí no quería creérselo, ¿era real?, ¿estaba pasando de verdad?, ¿era posible?, ¿se había ido?. Una lágrima empezó a recorrer mi rostro, fugazmente mi mente recordó todos los momentos vividos a su lado. Poco a poco mi cuerpo reaccionó y mi mente despertó de lo que parecía ser una pesadilla. Sentí un profundo y cariñoso abrazo, una respiración nerviosa, unos dorados rizos cubrían mi cara, y con un cálido aliento que se posaba en mi cuello, escuché su voz titubeante, sus labios pronunciaron las palabras juntas lo superemos. Nuestras manos se entrelazaron, nuestros cuerpos iban al unísono. Ya no percibía el olor a vainilla que recorre mi casa, me encontraba rodeada de paredes blancas y personas anónimas vestidas con batas blancas. Mi mirada conectó con unos inigualables ojos color miel, mis pies tomaron velocidad, y en cuestión de segundos me encontraba rodeada de unos brazos delgados y arrugados. Con un sentimiento de vacío, con el corazón hecho pedazos pero con mucha fuerza, voluntad y amor, conseguimos entrar. Y…ahí estaba, tumbado entre cuatro sábanas blancas.

Nos acercamos sigilosamente sin querer despertarlo. Mis manos acariciaron las suyas, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me quedé mirándolo fijamente. Sentí un leve dolor en el brazo, era real, no estaba soñando. Me tumbé a su lado y hablé con él, en ese momento su aroma y el calor de su cuerpo era lo único que podía tranquilizarme. 22:20, 22:25, 22:40, 23:00… llegó la hora, no me salían las palabras, no podía pronunciarlas, era incapaz de decirle adiós para siempre. Me agaché y con una sensación agridulce, le di un pequeño beso en su helada frente, le di… mi último beso, cargado de emociones, experiencias, momentos, sonrisas, lágrimas… un beso, perfectamente imperfecto. En ese instante sentí como me regalaba una pequeña parte de su alma que curaba las heridas de mi corazón.

26/9/2019.

Gracias por ser mi ángel de la guarda…mi corazón siempre va a llevar tu nombre.

Enganchados a las tecnologías

Dring, Dring, Dring…La alarma suena, son las 7 de la mañana, ayer me fui a dormir a las 23:30 de la noche con el móvil en la mano. Estoy somnoliento. Me levanto, apago la alarma del móvil y salgo de la habitación. Me dirijo hacía el aseo, me lavo los dientes y la cara. Saludo a mis padres, el desayuno está en la mesa, mi móvil y mi mano estan en sintonía, son como un único ser. Desde lejos un ojo vigila los movimientos de este ser, mientras, la otra mano va metiendo nutrientes a mi cuerpo. Mis pupilas siguen la estela de mi móvil, mis orejas escuchan atentamente cada palabra que sale del altavoz, todo mi cuerpo está pendiente de la pantalla, mi única motivación por la mañanas es el móvil. Una vez he acabado de desayunar recojo la mesa, el móvil sigue en mi mano. Vuelvo a mi habitación, hago la cama, preparo la mochila. Por último elijo la ropa que me voy a poner y me visto. Ya estoy preparado para salir hacía la escuela, pero como todavía quedan 15 minutos para que abran la puerta sigo enganchado a mi móvil. Es la hora de marcharse, me pongo la mochila, me despido de mis padres, me pongo la mascarilla y salgo de casa.

Esta es mi rutina por la mañana, pero podría ser la de cualquier adolescente. Si has prestado atención te darás cuenta de que en la primera hora del día mi móvil y mi mano han pasado abrazados, como una pareja de novios, 30 minutos. Actualmente todos, adultos, niños, adolescentes…Todos pasamos mucho tiempo con las nuevas tecnologías, hacemos más vida con ellos que con nuestra familia y amigos. Pasar tanto tiempo con el móvil es perjudicial, como para nuestra salud visual como para nuestra relación, pero después de analizar mi rutina tampoco voy a cambiar, simplemente escribo esto por si hay alguna remota casualidad y dentro de un tiempo alguien lee esto que sepa que yo tengo esta rutina matutina, estoy enganchado a mi teléfono móvil, sí, pero en esta sociedad lo estamos todos.