Memorias del recuerdo

En el mismo instante en que aquel trago de leche mezclado con el sabor a pastel tocó mi paladar, el recuerdo se hizo presente. Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi abuela me daba los domingos por la mañana. Tan rápido como distinguí el sabor de aquella magdalena, apareció la casa color ocre, y con la casa la ciudad, la plaza, las calles y el edificio en que pasaba tantos días con ella. La puerta del edificio se abría y con solo dar un paso el aroma de la cocina de la abuela se sentía e inundaba mi nariz. Ella me decía siempre que hay que cocinar lento, muy lento y a fuego lento para poder disfrutar de la cocina y de sus aromas. La paciencia es la que despierta los sabores, decía ella entre sonrisas.

El olor de la infancia se introdujo en mi nariz y me produjo una sonrisa que no había tenido desde que la abuela no estaba conmigo, sus besos eran dulces, tan dulces que olían a chocolate. Ella era única, cocinaba en la cocina platos deliciosos, pero fuera de la cocina cocinaba mi felicidad y la sigue cocinando cada vez que algún dulce aroma recorre mi cocina y crea en mi mente un recuerdo con ella.

Aquellos sabores, que forman parte de nuestra vida, despiertan nuestros sentidos y hacen disparar aquellos recuerdos y sensaciones que son únicos.

Para mí hay un sabor que por encima de todos es el que más me gusta, lo que me transporta a mi infancia, aquella época donde todo era perfecto: el sabor a chocolate que tomaba en la cocina.

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